¡Mujeres, hablad!

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¡Mujeres, hablad!

Recuerdo de pequeña cómo las madres y las abuelas nos enseñaban el silencio a las niñas. Nos decían: callada estás más bonica; tú: oír ver y callar; no te señales… Todas esas frases nos las repetían continuamente para que aprendiéramos que la vida pública no era para nosotras. Nos advertían que nunca fuéramos el foco de atención, que nuestro lugar natural era la sombra, que ensayáramos desde niñas a ser mudas.

En el colegio, las monjas nos hablaban de la importancia de la resignación. Querían convencernos de que no debíamos protestar o luchar, sino aceptar calladamente lo que la vida nos deparara.

Me vienen a la memoria una sesión de cursillos prematrimoniales donde la mujer del matrimonio acogedor nos aleccionaba a las futuras casadas sobre la conveniencia de ser la segunda en el matrimonio. Nos insistía en el silencio y en la prudencia cuando estuviéramos en público, sobre todo cuando el marido hablaba, y más si decía alguna inconveniencia. Si acaso, después, en la intimidad del hogar, podríamos dar nuestra opinión y convencer con mañas femeninas a nuestro marido, que podía ser más tonto que nosotras, pero que él no se enterara ni se avergonzara de lo tonto que era. Era uno de los pilares de un matrimonio exitoso. Bien lo sabía ella. ¡Qué retorcido todo!

Con todas esas enseñanzas ¿cómo íbamos a aprender a hablar en público, a atrevernos a levantar la voz y decir nuestra opinión, a enfrentarnos a lo establecido para nosotras? Era impensable.

En la actualidad veo continuamente a mujeres inteligentes, profesionales, cultas, que cuando llega el momento de hablar en público se niegan tajantemente. ¿Cómo van a fijar el foco en su persona? ¿Qué va a pensar su familia? ¿Cómo se van a exponer a la crítica pública?

Es un punto muy a tener en cuenta lo de la crítica pública a las mujeres. En los tiempos de las redes sociales y en los umbrales de la revolución de la inteligencia artificial, hay un frente activo de personas que todavía lucha por silenciarnos. En las redes sociales hay un acoso y derribo permanente hacia las mujeres que salen a la palestra y hablan, critican, denuncian y mucho más si son temas que toquen cualquier asunto de reivindicación feminista. Es oler feminismo y las fauces de los lobos empiezan a salivar. La manada se organiza: repasan los insultos, las burlas, las amenazas, el menosprecio y se lanzan a por su víctima. La incauta que ha osado decir más o menos lo que piensa creyéndose con derecho a ello, que cuenta una historia personal, que argumenta, que denuncia una injusticia sufrida, que lo está diciendo con todas las precauciones para no enfadar, será atacada sin piedad por esa manada y expuesta al escarnio público.

Lo veo continuamente. Revisen los comentarios de cualquier periódico que tenga tendencias más conservadoras en cualquier noticia al respecto. Da miedo tanto odio, tal grado de irracionalidad, pero está tan normalizado que da igual. Supongo que piensan: Verás cómo esa pava la próxima vez se corta antes de decir otra pavada. Pero hay leyes que castigan esos comportamientos. Debemos aprender a denunciarlos.

¿Qué hacemos entonces? ¿Callamos o hablamos? ¿Los lobos siempre se van a comer a las caperucitas?

Qué os parece si nos vamos quitando prejuicios y enseñanzas ñoñas del pasado y empezamos a pensar como pedía continuamente Concepción Arenal a las mujeres: "Mujeres Pensad", y añadimos "Mujeres Hablad". Digamos lo que tengamos que decir, aprendamos a decirlo en orden, con claridad, con argumentos, modulemos la voz, aprendamos a tener templanza en el debate y seamos capaces de decir lo nuestro desde el respeto. Reivindiquemos nuestras opiniones como valiosas, como útiles a la sociedad. Desarrollemos nuestra voz pública. Defendamos a las injuriadas, no las dejemos solas. Que no nos acobarden, que no nos callen como siempre.

25 de Noviembre día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. El silencio es una forma solapada pero muy eficaz de violencia contra la mujer.

Dolores Lario

¡Mujeres, hablad!, Foto 1
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